lunes, 25 de enero de 2010

LA KAKISTOCRACIA

La ‘kakistocracia’ o el gobierno de los peores

Por Oswaldo “Tata” Roca Añez


"Ni los ineducados y apartados de la verdad son jamás aptos para gobernar": Platón, La República, libro VII.

KAKISTOCRACIA.- Neologismo que significa "el gobierno de o por los peores". Viene del griego Kákistos, "pésimo, el peor de todos" y krátos, "fuerza. No se encuentra la palabra en el Diccionario de la Real Academia Española, sí en el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de Manuel Osorio que lo define así: “A diferencia de la aristocracia, que, teóricamente, quiere decir gobierno de los mejores o por los mejores, la kakistocracia quiere decir gobierno de o por los peores. Como aspiración política supone una aberración, pero lamentablemente en la realidad se ven con fecuencia kakistocracias, sobre todo en los regimenes autocráticos y totalitarios y en los gobiernos de facto, en los que el poder omnímodo y la falta de control parlamentario permite la realización de actos de gobierno frecuentemente equivocados y perjudiciales para las garantías públicas y privadas y los intereses generales.”
El término ha sido creado por el filósofo argentino Jorge García Venturini, autor de “Politeia”, y utilizado para designar al “Gobierno de los Peores”, y cuya acepción se pudiera acercar para nombrar al gobierno actual de nuestro país?.
La kakistocracia -expresión creada por el filósofo Jorge Luis García Venturini a partir de kakós, malo, y cracia, gobierno- no define sólo el gobierno de los peores, de los gobernantes, legisladores y jueces más incapaces y corruptos, sino también de los dirigentes con las peores ideas y políticas económicas. Malos políticos, con malas políticas. La kakistocracia es un sistema que busca perpetuarse a sí mismo, los mismos políticos permanecen aferrados al poder, viviendo a expensas de la población.
A la kakistocracia le importa un bledo la democracia y el estado de derecho. A la kakistocracia no le interesa sanear el Estado, reducir el gasto político, combatir la corrupción o modernizar la economía. No están dispuestos a impulsar medida alguna que implique una merma en sus privilegios (se habla de privilegios que gozaban los gobernantes anteriores, hay que ver el derroche de recursos económicos que cuesta la fiesta “democrática” que día a día y hasta 3 en el mismo si vuela rápido el helicóptero celebra desde que asumió el cargo el Presidente, incluido el partido de futbol en lo más alto de La Paz, con Tv en directo y su equipo ministerial, guardaespaldas, médicos, masajistas, peinadores, etc.) o el riesgo de un costo electoral.
La kakistocracia no puede combatir la corrupción. Sería absurdo exigir o implorar a la kakistocracia que persiga y castigue a sus propios miembros. Cada uno defiende su propio nicho de corrupción, repartiendo a sus ‘‘recaudadores’’ en los cargos públicos donde se manejan fondos, se cobran impuestos o se verifican las importaciones.
La kakistocracia no puede reducir el gasto político, ni el déficit fiscal o la deuda, porque ello le obligaría a reducir otros gastos que ahora ya no son “reservados” si no de “inversión”. No pueden achicar el aparato estatal, reduciendo el número de funcionarios ociosos, ésto atacaría la fuente misma de su poder: el clientelismo político. Su maquinaria electoral se sostiene por el clientelismo y las prebendas.
La kakistocracia defiende el estatismo y sus privilegios (aunque en éste tema el Gobierno trata de aparentar lo contrario) del mismo modo que lo hacían las monarquías absolutistas que derribó el liberalismo. Uno de los propósitos de la democracia representativa, al menos para estadistas como James Madison, es asegurar que las tareas gubernamentales puedan asignarse al componente más talentoso y mejor calificado de la sociedad. De acuerdo con esta visión, la representación democrática constituye un método para mejorar la calidad del gobierno popular. El objetivo de Madison fue diseñar y promover un sistema que seleccionase, a través de elecciones democráticas periódicas, a custodios idóneos de la cosa pública. De acuerdo con esta visión, que John Stuart Mill luego desarrolló, las elecciones democráticas, libres y transparentes, auxiliadas por el debate público (igualmente libre) y el requisito de rendición de cuentas, constituyen la fórmula adecuada para asegurar que las funciones públicas sean ejercidas por los miembros más aptos y virtuosos de la colectividad.
Los acontecimientos de los dos últimos años nos muestran que ese objetivo de la democracia representativa, identificado por Madison y Mill, está muy lejos de cumplirse en Bolivia.
En la fundación de la República participaron ilustres y connotados juristas de la docta Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca. Hoy, la situación es distinta. La ausencia de talento y capacidad en el sector político es notoria y deplorable. Las actividades del gobierno están dirigidas a satisfacer intereses supuestamente nacionales pero en realidad lo hace para un partido, una raza, una región, o quien sabe de particulares que entornan el Palacio Quemado, en función de los réditos políticos y quizás económicos que dichos intereses puedan proporcionarle al gobernante de turno y a su séquito de aduladores. Pero, tenemos que preguntarnos, seriamente, cuáles son las condiciones que permiten el imperio de la kakistocracia en Bolivia?
Hoy los partidos excluyen y marginan a la gente competente y se exige ser masista juramentado, indígena, occidental o que hable una lengua autóctona como proponen ahora
El populismo demagógico ha llevado a nombrar en cargos como YPFB, y otros a personas que son cuestionadas por su capacidad para ejercer los mismos, el descabezamiento del Tribunal Constitucional, la pretensión de cerrar el círculo de poder con el Poder Judicial y Electoral y en general la colocación de personal sin la formación adecuada en los distintos niveles de administración, junto con el intento de cercenamiento de las algunas libertades ciudadanas, ha menoscabado gravemente la calidad de la administración pública y ha hecho proliferar la mediocridad. Con todos los antecedentes que se van presentando nos acercamos a calificar al gobierno actual como una kakistocracia.
Todos sabemos lo que significa la palabra "democracia", algunos solamente de nombre, pues viven bajo regímenes autoritarios, otros, a parte de conocerla la pueden disfrutar aún con sus falencias, pues es el mejor sistema de gobierno jamás inventado. Es una palabra de origen griego, originariamente se practicaba en forma directa por la reducida cantidad de habitantes de las diferentes ciudades del país donde nacieron los más grandes filósofos de occidente. Con el crecimiento demográfico debió ser indirecta, nuestra Constitución Nacional, dice que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus legítimos representantes.
Cuando el nivel de educación de la población no es el adecuado, tiene altas probabilidades de ganar una elección el candidato que más promete, sabiendo que después no podrá cumplir, terminando por defraudar a quienes ingenuamente confiaron en el, paralelamente quien diga la verdad tal vez no reciba el voto de casi nadie. De todos modos, con el tiempo la gente aprenderá las lecciones de la historia y terminará por votar de conforme a sus convicciones más profundas, y no de acuerdo a sus emociones motivadas en discursos populistas y vaciados de contenido.
La democracia –para ser auténtica y no simple mecanismo electoral que diera el triunfo a la mitad más uno- lejos de oponerse a aristocracia debía completarse e impregnar de su espíritu; es decir, lejos de abjurar del gobierno de los mejores (aristocracia) debía aspirar a ello, a riesgo de dejar de ser democracia.
Parecería existir una tendencia general (en todos los órdenes y no sólo en cuestión de gobiernos) de buscar o de conformarse con los peores. Y de aquí, resulta que a veces acceden al poder un conjunto de individuos que por sus turbios antecedentes, por su frágil moral, por su ausente capacidad (en nuestro caso predomina ésta situación) y otros rasgos afines conforman “el gobierno de los peores”, y entonces se propuso para denominarlo el término kakistocracia.
El significado profundo y real de kakistocracia sólo se capta en contraposición con aristocracia. Además –que designaba al “gobierno de los mejores” como aristocracia, e incluso circula otro más reciente: mediocracia (gobierno de y por los mediocres). Pues los peores también tienen acceso al poder y por ello nace la kakistocracia.
Cuando un grupo o un pueblo cede en su afán de promover a los mejores, entra indefectiblemente en un tobogán y pasando por los mediocres termina en los peores. La kakistocracia no sólo es un atentado contra la ética sino también contra la estética, una falta de buen gusto.

Bolivia, país rico, como lo manifiesta cada vez el Presidente Morales que gozade tierras fértiles, agua, gas natural, yacimientos de hierro, etc., entre los recursos naturales. En cuanto a recursos humanos nuestro país en los últimos tiempos ha llegado a capacitar en las más diversas profesiones, técnicos que debieran entenderse de la variedad de puestos de administración del aparato estatal para que aquellos funcionen a plenitud y cumpliendo con el objetivo por el que se los ha creado. Además Bolivia con sus amplias fronteras y encontrándose en el centro del continente sudamericano igualmente tiene una situación estratégica ventajosa para aprovecharla. Nada de eso sucede. Siguen emigrando los bolivianos, la pobreza salta a la vista, las soluciones a los problemas a todo nivel no se ven. Vivimos como ayer, será que le viene bien el nombre de kakistocracia al gobierno actual?.

A continuación se reproduce un artículo del gran filósofo argentino, Jorge L. García Venturini, publicado en el diario La Prensa el 29 de diciembre de 1974.


ARISTOCRACIA Y DEMOCRACIAPor Jorge L. García Venturini De las alternativas semánticas sufridas en el transcurso del tiempo, estos vocablos parecieron tener significados opuestos. La participación de todos en la cosa pública fue denominada democracia (aunque como forma de gobierno el nombre correcto era república), y como tal se enfrentaba a la participación de sólo unos pocos, lo que se denominaba aristocracia y, también, oligarquía, términos éstos que se usan indistintamente, lo cual tampoco es correcto. La democracia –en el lenguaje ligero y convencional– suele resultar así lo contrario de la aristocracia. Pero esto reclama una mayor atención, pues detrás de una falsificación semántica se esconde siempre una falsificación conceptual y entran en juego principios fundamentales. Si por aristocracia entendiéramos una clase social que por su linaje está investida de numerosos privilegios, entre ellos el de gobernar, siendo estos privilegios hereditarios e inalterables cualquiera sean los verdaderos valores éticos o la efectiva capacidad para hacerlo, es cierto que la democracia (y la república) constituyen lo contrario de aquel sistema. Y en buena hora. Pero resulta que aristocracia significa también y fundamentalmente el “gobierno de los mejores” (aristos es, en griego, el mejor), y en tal sentido democracia no tenía por qué oponerse a aristocracia, al menos que se deseara algo que no debería desearse, esto es, el gobierno de los peores. Sin embargo, la incuria del lenguaje, que nos hace decir a veces lo que no queremos decir, nos ha llevado con mucha frecuencia a asociar aristocracia con oligarquía, que no es el gobierno de los mejores sino de unos pocos (y según su sentido tradicional, el gobierno “egoísta” de esos pocos), y a enfrentar democracia a aristocracia, en el elevado significado de este término. Y como el lenguaje nos condiciona y aun nos determina –como dirían los estructuralistas, “yo no hablo, soy hablado”– en no pocas conciencias democracia pasó a significar o a implicar la mediocridad, la medianía (la llamada mediocracia), o directamente la posibilidad de acceso al poder de los menos aptos, de los inferiores, aun de los incapaces y de los peores. Hay casos en que ya no se trata de aristocracia ni de democracia sino abiertamente de kakistocracia(1). En nuestros días todos se autodenominan democráticos y casi no hay quien se diga aristocrático; este término puede sonar casi a un insulto. Y esto es muy grave. Porque al socaire de los términos mal empleados, se ha ido perdiendo el sentido de lo mejor, desplazado paulatinamente por el conformismo ante el mediocre y aun, de hecho, por la aceptación de lo peor. Y lo más triste es que eso se haga en nombre de la democracia. La democracia (preferentemente en su verdadero significado de forma de vida, pero aun también en el sentido de forma de gobierno) sólo puede funcionar efectivamente y realizar los elevados pronósticos que le atribuimos los que nos llamamos democráticos, si no se opone a la aristocracia, sino que se complementa y se impregna de ella. Por ser democráticos, ¿habríamos de no aspirar al gobierno de los mejores? En nombre de la democracia, ¿habríamos de aplaudir al gobierno de los peores? Y adviértase una cosa. Que esto del gobierno de los peores no son meras palabras. Hay casos en la historia en que diversas circunstancias hacen posible la toma del poder a quienes rigurosamente son los peores, por sus turbios antecedentes, por su frágil moral, por su ausente capacidad y otros rasgos afines. El ideal aristocrático está presente en la mejor tradición occidental. Aun ya en la epopeya homérica el concepto de areté (de la misma raíz que áristos) es el atributo propio e indeclinable de la nobleza. Areté es el valor, el talento, el honor, la virtud, la capacidad, el señorío. En los filósofos clásicos y en los tiempos medios siempre se afirma la necesidad del “gobierno de los mejores”, aunque nunca fue fácil lograr la fórmula para realizarlo. Y aun Rousseau, inteligentemente, señala como la mejor forma de gobierno no la democracia (que él entiende en el sentido de ejercicio directo de poder por la multitud) sino la aristocracia electiva, convencido de que del sufragio surgirían los mejores, aunque reconoce que el procedimiento puede fallar. Pero lo que nos interesa destacar aquí es que un hombre del siglo XVIII, un vocero de la revolución, un antimonárquico y un antiaristocrático (en el sentido de aristocracia clasista y hereditaria) haya insistido en el término aristocracia para designar la forma ideal de gobierno. En nuestro siglo tenemos el caso, no ya de un pensador sino de un político activo, que constituye un verdadero modelo de lo que queremos decir. Se trata de Winston Churchill, el mayor de los aristócratas. Su sentido democrático fue realmente excepcional. Nadie defendió con tanta lucidez y decisión la democracia como forma de gobierno y como forma de vida. A nadie le debe tanto la democracia. Hasta tuvo el gesto de no aceptar (cosa que no hicieron sus colegas, incluso laboristas) como premio un título de nobleza, conformándose con el de sir, porque de lo contrario no hubiera podido seguir asistiendo a la Cámara de los Comunes, su templo, su trinchera. El era antes que nada un child of the House of Commons, como tantas veces se autocalificara en sus brillantes discursos. Sin embargo, nunca dejó de ser un lord, ya que lo era por su linaje, un señor del espíritu, en sus gestos, en sus palabras, en sus hábitos y en su talento, cabal personificación de la vieja areté homérica y caballeresca. Peligrosa tendencia de nuestro tiempo de mediocrizar, de igualar por lo más bajo, de apartar a los mejores, de aplaudir a los peores, de seguir la línea del menor esfuerzo, de sustituir la calidad por la cantidad. La verdadera democracia nada tiene que ver con esas módicas aspiraciones. No puede ser proceso hacia abajo, mera gravitación, sino esfuerzo hacia arriba, ideal de perfección. Y esto vale tanto para la conciencia individual como para la conciencia colectiva, que se interaccionan. Decía muy bien Platón que “la calidad de la polis no depende de las encinas ni de las rocas, sino de la condición de cada uno de los ciudadanos que la integran”. El cristianismo y el liberalismo, cada uno en su momento, fueron grandes promotores sociales, pues quebraron estructuras excesivamente rígidas e hicieron que los de abajo pudieran llegar arriba. En tal sentido fueron dos grandes procesos democráticos. Pero ninguno de sus teóricos abogó por la mediocridad ni renunció al “gobierno de los mejores”. Sólo el populismo actual, que no es democrático sino totalitario, adjura del ideal aristocrático y entroniza a los inferiores. Qué lástima.(1) Kakistoi: los peores. Es decir entonces, “gobierno de los peores”. Pensamos que sería ilustrativo la divulgación de este vocablo, dadas las circunstancias que atravesamos.

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